Opinión
Por Redacción , 7 de octubre de 2022 | 10:05

Columna de opinión: El drama nuestro de cada día

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Carlos Millán, Roger Lampert y Alfonso Rivas aún nos duelen. Crédito: Canva.
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Columna de opinión del periodista Víctor Pineda Riveros.

Por Víctor Pineda R.

Entre las diversas preocupaciones que nos atormentan por estos días, resalta, sin lugar a duda, el tema de los jóvenes que han desaparecido en extrañas circunstancias en Valdivia. 

La ciudad ha escrito gran parte de su historia en torno a los ríos que la rodean. Desde la llegada de los conquistadores españoles, pasando por la aventura holandesa (o neerlandesa, como se ha corregido en los últimos años), hasta la colonización alemana y de otros puntos de Europa, las vías fluviales han sido escenario de proezas variopintas, desde lo bélico, lo industrial y lo comercial hasta lo deportivo. 

Actores igualmente relevantes han sido los nativos de esta tierra, previamente al arribo de los extranjeros y, especialmente, en las confrontaciones con ellos. 

Y todo esto, de una u otra forma ha tenido relación con los ríos más intensos y hermosos del país, que, como ya lo dijimos, también se han prestado para los tristes episodios vividos por las sufrientes familias de los desaparecidos.     

Alfonso Rivas Villarroel tenía apenas 18 años. 

Es una edad que figura entre las más importantes de la vida, porque es como el límite entre el mundo de los sueños y las ilusiones con el universo real, de las exigencias y responsabilidades.

Alfonso había llegado este año desde Los Lagos a estudiar a Valdivia y, según cuentan los que lo conocieron destacaba por ser un joven quitado de bulla, buen alumno, que además trabajaba en un club nocturno para ganar los pesos que, como todos los que son universitarios saben y los que alguna vez lo fuimos sabemos, siempre hacen falta.

El 11 de septiembre se perdió el rastro del joven laguino y casi de inmediato se dieron las alarmas. Es que ha habido tantos casos similares en Valdivia, que un minuto perdido puede marcar la diferencia entre un final satisfactorio y una tragedia.

Vinieron días de angustia para la familia, amigos, compañeros y gran parte de la comunidad que comenzó a presentir lo peor.

Lamentablemente, el 26 de septiembre se conoció la noticia del hallazgo del cuerpo de Alfonso, en la costanera valdiviana, en las aguas del Calle Calle, en buen estado y aparentemente sin marcas de la intervención de terceros.

La familia del estudiante ha exigido exámenes rigurosos, porque cree que pudo ser asesinado, ya que no encuentra razones para considerar la posibilidad de un suicidio.

Dentro de toda la tragedia de Alfonso, a la familia le queda el escaso consuelo de haber recuperado su cuerpo, darle sepultura y saber dónde está. Esto, desgraciadamente, no ha ocurrido con otros jóvenes que desaparecieron en similares circunstancias y de quienes no ha sido posible seguir una pista, un dato ni una corazonada.

Muy vigente está el caso de Roger Lampert Ponce, de quien no se tienen noticias desde el 6 de junio. El estudiante de Licenciatura en Ciencias salió de casa en horas de la mañana, a encontrarse con un profesor, según explicó a su familia. 

Desde ese momento, se pierde su rastro y hasta hoy no ha sido posible encontrarlo. No se sabe qué pudo pasarle, porque al igual que Alfonso Rivas sus cercanos descartan por completo la opción de que se haya quitado la vida. Tenía diversos motivos para seguir avanzando y sentía una especial adoración por un hermanito con síndrome de Down, y era un buen jugador de ajedrez.

Hace pocos días se cumplieron 17 años de la desaparición de Carlos Millán Cárdenas, cuya situación y el martirio de sus padres conocí desde bastante cerca cuando ellos recorrieron punto por punto los lugares donde, se suponía, podía estar el cuerpo de su hijo.

En esas circunstancias visitaron en diversas ocasiones el medio en el que yo me desempeñaba. Cuando me los presentaron, recuerdo que se me hizo muy difícil encontrar palabras para expresarle mi solidaridad y alguna forma de consuelo. Era poco lo que se podía hacer para aminorar su angustia, pero por lo menos cumplimos con nuestro deber al no dejar que su caso se perdiera en la indiferencia ciudadana. Hubo permanentementes crónicas llamando a no dejar al muchacho en las penumbras. 

Al enterarme, hace pocos días, que ya son 17 los años del vía crucis paterno, recordé todos los sacrificios que la pareja ha hecho, desde gastar el patrimonio hasta continuar exigiendo que alguien haga lo posible por llegar a la verdad.

Un querido amigo, colega y compadre, ya en los cuarteles de invierno, como yo, Juan Vargas, puso mucho de su parte en el seguimiento del caso Millán, como igualmente no permitió que el tiempo se encargara de borrar de la memoria lo ocurrido con Yordan Fernández, el liceano unionino que desapareció dejando tras de sí muchas interrogantes abiertas, porque, en su hora, todo indicó que se trataba de un homicidio.

Actualmente están en estudio los restos y osamentas descubiertas el año pasado, que podrían corresponder al adolescente desaparecido desde diciembre de 1997.

No podemos dejar de mencionar a la pasada el drama de las familias que aún intentan ubicar a las hombres y mujeres que permanecen en calidad de detenidos desaparecidos por obra de los organismos estatales durante la dictadura, pero por ahora vamos a centrarnos en los casos mencionados anteriormente, los estudiantes que se esfumaron en los últimos años.

Y como el proceso es casi cíclico y sin atisbos de solución, no nos queda más que pensar en el rol cumplido por los ríos valdivianos cuando pierden la belleza y se transforman en crueles testigos de un suplicio.

¿Habrá forma de poner atajo a esta tendencia, que de vez en cuando acarrea más dolor que agua?

 

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